Tuesday, January 11, 2005

La felicidad es un revolver ardiente

Era una noche infernal como tantas otras. El cielo escupía gotas de lluvias que caían como dagas, clavándose en la frágil tierra. El aire estaba irrespirable como de costumbre y un aroma a putrefacto inundaba la atmósfera. La oscuridad, ese monstruo que lo devora todo, estaba en su apogeo.
Yo había decidido que ese era el momento ideal para hacerlo. Había llegado a la conclusión que ya era inútil seguir peleando, que el vacío había ganado la batalla y que ya no me quedaba nada por hacer. Las condiciones eran las ideales y todo encajaba perfectamente para que pudiera cumplir con la misión que me había propuesto
La angustia, hasta ese momento había tomado proporciones gigantescas, transformándose en un fuego que carcomía lentamente mi cuerpo. Cada uno de mis deseos, cada una de mis ilusiones, cada uno de mis planes se habían evaporado al tomar contacto con la realidad.
Tendría que ser esa noche y no otra. A veces pienso que la gente debería tener la opción de elegir nacer. Creo que tendríamos que tener el derecho a tomar esa decisión, pero no lo tenemos. Somos salvajemente lanzados a este mundo y no tenemos las armas para defendernos de él. Somos esclavos del destino y no podemos hacer nada para cambiarlo. Naufragamos en ese mar al que llaman existencia y la felicidad es una isla a la que nunca podemos acceder.
Pero esa noche todo eso iba a cambiar. Tomaría por asalto al destino y le demostraría que ya no quería ser más su esclavo. Tenía la solución en mis manos y por nada del mundo la dejaría escapar.
Ahora solo un pequeño hilo me separaba de la muerte, un hilo que estaba decidido a cortar con las tijeras del suicidio. Abrí el cajón del escritorio, tomé el revolver que había comprado unos días atrás y lo cargué con dos balas. Quería asegurarme que en caso de fallar con el primer disparo, el segundo sería certero. Apunte el caño cuidadosamente en mi sien. Todas estas acciones las iba cumpliendo en forma ordenada y cronométrica. Pensaba cada segundo en que si lo iba a hacer, debería hacerlo bien.
En ese instante aquel pedazo de metal se había transformado en un trozo de terciopelo que me acariciaba dulcemente. Apoyé cuidadosamente mi dedo índice en el gatillo y respire por última vez el aire que tanto odiaba, miré por última vez a esa oscuridad que me había acompañado estos últimos años. Escuché los últimos latidos de mi abatido y cansado corazón. No pensé particularmente en nada ni en nadie y la razón podría ser que mi alma había muerto hace un tiempo.
Una sensación de alivio empezó a fluir por mi cuerpo en forma intensa y desordenada. A la vez sentía emoción y algo de adrenalina. Mi vida se había vuelto tan gris y apagada que me había olvidado casi por completo de sentir este tipo de sensaciones. Es curioso que alguien pueda estar tan feliz en un momento así pero yo lo estaba, y no quería reprimir los sentimientos que estaba experimentando en ese momento. Me sentía realmente bien porque una nueva puerta se abría ante mis ojos. Porque los días de sufrimiento y depresión estaban llegando al crepúsculo y por fin estaba viendo la ansiada luz al final del túnel
Para cuando jalé del gatillo la lluvia ya se había detenido.

1 Comments:

Blogger Unknown said...

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7:36 PM  

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